La banda británica volvió a Vélez luego de tres años, con un repertorio de clásicos que hizo delirar a 50 mil espectadores.
Iron Maiden es como esos equipos de fútbol que juegan lindo vayan donde vayan. Que da placer verlos aunque se los conozca de memoria y cada recital sea una réplica de los tantos álbumes en vivo editados por la banda.
Pero
como todo dream team siempre hay algo nuevo que sorprende aun hasta
el más fanático. Y eso fue algo de lo que pasó hace unas horas en el
estadio de Vélez Sársfield, donde la banda británica dio una cátedra de heavy metal e hizo delirar a unas 50 mil personas que no pararon de cantar y saltar durante casi dos horas de show.
The Legacy of the Beast (El Legado de la Bestia) tuvo todos los condimentos para destacarse sobre otros tantos shows que la banda dio en nuestro país: un sonido impecable (de los mejores que ha tenido Maiden aquí); una puesta en escena de primer nivel,
con cambios constantes de escenografía y distintas clases de efectos
(muñecos gigantes, un Eddie de tres metros que correteaba a los músicos
con una enorme espada, y mucho fuego); una lista con prácticamente todos clásicos; y un grupo de músicos que, aun abusando de ciertos clichés, lograron una ejecución magistral como si el paso del tiempo fuera algo ajeno.
A las 21.22 horas arrancó la clásica intro para seis minutos más tarde
hacer explotar el Amalfitani con trío de temas matadores: Aces High, When Eagles Dare y 2 Minutes to Midnight.
En medio de la euforia, un set armado con una escenografía bélica tuvo al baterista Nicko McBrain en la trinchera (literalmente tapado) y en el frente a los guitarristas Dave Murray, Janick Gers y Adrian Smith, al bajista y capitán del equipo, Steve Harris, junto al inoxidable Bruce Dickinson, que todavía sigue confirmando que es una de las mejores voces de la historia del metal.
“Es una lástima que no estemos tocando en un lugar más grande. La próxima vez tocaremos 2 ó 3 noches en el maldito estadio de River Plate”, dijo Dickinson con cierta demagogia para luego dar vuelta la página e interpretar The Clansman, un himno a la libertad dentro del intrascendental disco Virtual XI, y el esperadísimo The Trooper, donde flamearon las banderas de Inglaterra y Argentina.
Como si fuera una obra de teatro llevada a un estadio y adaptada para una banda metalera, el segundo acto cambió de ambientación y la guerra le dio paso a la era medieval. Ya con Nicko McBrain fuera de la trinchera, la banda siguió pegando con Revelations, For the Greater Good of God (del disco A Matter of Life and Death), The Wicker Man (Brave New Wolrd) y Sign of the Cross (The X Factor).
Flight of Icarus dio pie al inicio del tercer acto con un nuevo cambio de escenografía y un Dickinson armado con un lanzallamas en cada brazo, seguido por Fear of the Dark, quizás el tema más coreado por el público en toda la noche, The Number of the Beast e Iron Maiden, tres hits que ya anunciaban el comienzo del fin.
Luego de la falsa despedida fue el tiempo de los bises: The Evil That Men Do, Hallowed Be Thy Name y Run to the Hills cerraron la noche demoledora en Liniers de 16 temas, que no tuvo lluvia pero sí un descenso de temperatura que solo se sintió cuando terminó el show.
Maiden dio en la Argentina el concierto número 80 de una gira que
comenzó allá por mayo de 2018 en Estonia y culminará en unos días en
Chile. Y sea donde sea o juegue donde juegue, quedó demostrado que este dream team del metal está más vigente que nunca.
Fuente: Clarin