Bob Dylan, Bruce Springsteen y Kris Kristofersson eran fans del cantautor, que  se destacaba por su condición de paisajista social.

Antes de convertirse en una de las grandes figuras de la música folk y del country, John Prine trabajó como encargado del área de jazz de una tienda de discos. Esa experiencia le inyectó su gusto por la estética del género, al punto de que tenía a Village Vanguard, de John Coltrane, entre sus cinco álbumes favoritos. Sin embargo, alguna vez le preguntaron cuáles eran los otros cuatros, a lo que respondió: Harvest, de Neil Young; One Man Dog, de James Taylor; su primer disco (a manera de autobombo), titulado de forma homónima; y Hill, de Bill Withers. Por esas paradojas de la vida en tiempos de pandemia, el icono del soul y el gigante de Illinois se han vuelto a cruzar, aunque esta vez como víctimas del CODIV-19. El último falleció el miércoles, a los 73 años, en la Unidad de Cuidados Intensivos de un hospital de Illinois, según informaron sus familiares. Y eso despertó el dolor de figuras de la talla de Bruce Springsteen, quien lo despidió por Twitter: “Era un verdadero tesoro nacional y un compositor para todas las eras”.

Justo Springsteen participó como invitado de uno de los discos de Prine, The Missing Years, que lo llevó a ganarse un Grammy en la categoría de “Mejor álbum de folk contemporáneo” en 1992. Desde el inicio de su trayectoria, en 1971, fue el mayor candidato a convertirse en el sucesor de Bob Dylan, quien hubiera bendecido semejante acto debido a que se encontraba entre sus fans (de la misma forma que BB King). Pero el cantautor gozaba de una versatilidad que evadía cualquier clasificación. A pesar de que es cierto que era todo un cronista de la vida del ciudadano de a pie estadounidense, su música podía flotar entre el country (uno, por cierto, de matiz moderno) y el soft rock. Por eso supo meterse en el bolsillo a la nueva generación de juglares del indie, que en 2010 le rindieron tributo a través del álbum Broken Hearts and Dirty Windows: The Songs of John Prine. Allí participaron Drive-By Truckers, My Morning Jacket, Conor Oberst, Lambchop y Bon Iver, entre otros.

Si bien nunca tuvo un hit, en el ambiente era considerado una estrella. Sin embargo, su bajo perfil y humildad pudieron más, al igual que el legado familiar. John Prine comenzó a tocar la guitarra a los 14 años, siguiendo los pasos de su abuelo, músico del legendario cantautor de country Merle Travis. Tras frecuentar el circuito de bares de Chicago, se mudó a Memphis, luego de deslumbrar a Kris Kristofferson. A tal instancia de que se convirtió en una especie de padrino de su debut discográfico, que incluye “Hello in There”, canción sobre el envejecimiento que fue versionada por artistas como Bonnie Raitt. A ese trabajo le siguieron Diamonds in the Rough (1972) y Sweet Revenge (1973), aunque su cima creativa llegó en 1978 con Bruised Orange, en el que demostró el impacto de su metáfora política y su condición de paisajista social. Siguió activo y productivo en la década pasada y también en ésta. Su último album de estudio (el 18°) fue The Tree of Forgiveness, de 2018. Superó un cáncer, pero la inmortalidad tenía otros planes para él.

Fuente: Página 12