Fue, entre
otras cosas, enterrador, enfermero y huésped durante casi dos décadas de
instituciones mentales y hospitales psiquiátricos, pero si algo debía
hacer sonreír a Peter Green, fallecido este sábado a
los 73 años mientras dormía, según ha informado su familia, era que le
recordaran que hubo un día en que B. B. King, maestro de maestros y
piedra angular del blues, se rindió a su talento y a sus encantos. «Fue
el único que me provocó sudores fríos», dejó dicho el Rey del Blues en
una de esas citas que los guitarristas coleccionan como pedazos sueltos
de la palabra divina.
El otro
momento que marcó la vida de Green, menos amable y mucho más
determinante, fue ese viaje de LSD en el que se embarcó en los setenta
durante una gira por Europa y del que nunca regresó: ni él ni su
maltrecha cabeza consiguieron superar tres días de barra libre de
alucinógenos y lo que había empezado unos años antes como una brillante
carrera en el blues británico se esfumó a velocidad de vértigo.
Hasta ese momento, el currículum de Green, nacido en Londres en 1946, era poco menos que impecable: entró en 1965 en los Bluesbreakers de John Mayall para sustituir a Eric Clapton y un par de años después formó junto Mick Fleetwood, Jeremy Spencer y John McVie una banda de impacto global: Fleetwood Mac.
En su primera encarnación, la banda, apuntalada por los diálogos de los
tres guitarristas, se encargó de darle un nuevo envoltorio al blues de
Chicago, y se encaramó al éxito de la mano de trabajos como «Peter
Green's Fleetwood Mac» (pocas dudas al respecto del equilibrio de
fuerzas), «Mr. Wonderful» y «Then Play On».
Sólo tres discos, sí, pero suficientes para que Green dejase su huellas con temas como «Merry Go Round», «Looking for Somebody» o los sencillos' «Albatross» y «Black Magic Woman», este último versionado con gran fortuna por Santana. Con los años, Fleetwood Mac iría mudando poco a poco de piel hasta convertirse en la perfecta maquinaria pop de «Rumours», pero Green vivió ese nuevo ascenso desde la distancia. Es más: en 1970 y tras una atropellada y alucinógena gira por Alemania, el guitarrista abandonó la banda, intentó (sin éxito) que sus compañeros regalasen todo su dinero y empezó a perderse en un oscuro y profundo pozo.
Más o menos en esa misma época, le fue diagnosticada una esquizofrenia paranoide que
lo dejó prácticamente fuera de juego y empezó a alternar los arrestos
por amenazas de muerte y las entradas y salidas de clínicas
psiquiátricas con periodos de indigencia y caridad. En lo musical, con
«The End Of The Game» estrenó una errática y guadianesca carrera en
solitario que se cruzaría ocasionalmente con la de su antigua banda (se
dejó caer por las sesiones de «Penguin» y apareció sin acreditar en
«Tusk») pero sin llegar nunca a despegar.
Quizá por eso descolocó
tanto su regreso a mediados de los noventa con The Splinter Group,
banda de blues-rock con la que publicó una decena de discos. Una
auténtica sorpresa que, sin embargo, no terminó con la ansiada reunión
de los Fleetwood Mac de los sesenta, posibilidad que ya se esfumó del
todo hace un par de años con la muerte de Danny Kirwan.
Fuente: ABC