“En los dos discos anteriores (“Trilicos”, de 2016, y “Momento Satori”, de 2018) se pueden encontrar muchas similitudes y diferencias, pero con este no. Este disco es otra cosa. Nos dimos el lujo de experimentar y probar cosas que no habíamos hecho antes”, cuenta la banda integrada por Francisco Montilla (voz y guitarras), Andrés Nelson (batería y coros) y Padi Andresen (bajo y coros). La producción del álbum estuvo a cargo de la banda junto Luciano Farelli.
De entrada se puede apreciar el camino que trazan los mendocinos. “Todos los laberintos tienen salida” es un disco del movimiento, del inconformismo, de la búsqueda de respuestas y del ímpetu por ampliar horizontes: “[start]”, tema apertura, es un collage sonoro que arranca con el sonido de un celular y pasa de la distorsión rockera al trap; “Te quiero”, primer single adelanto, es pegadiza, con beats hiphoperos que se entremezclan con una melodía melancólica; “Lilian 180” (masterizada en los estudios Metropolis de Londres) pasa de la tranquilidad al éxtasis pop a través de un trip nocturno que recorre Boedo, Palermo y Olivos; y “>tanto color” se queda anclado en el dancefloor.
El nombre del álbum remite a una búsqueda de salida, aún en los momentos más complejos. Si el mundo te exige quedarte encerrado, Trilicos plantea una postura hacia el exterior. Las dos partes de “acelerar”, justo en el medio del álbum, orbitan sobre esta idea. Bajo el ala del dance-pop, la banda plantea un recorrido que va desde las zonas más oscuras de la noche hasta los momentos más luminosos del día. “Quiero escaparme con vos / en otra dirección / donde el día es doble”, exige el cantante en la segunda parte.
“En este álbum podemos apreciar momentos ejecutados únicamente con instrumentos virtuales hasta momentos ejecutados por músicos de orquesta, momentos para bailar bien arriba y otros para relajarse e ir hacia adentro”, explica la banda.
Este contraste queda claramente demostrado en el segmento final del álbum: “Festival” tiene una base de beats ansiosos y rememora tiempos de sustancias y viajes. En cambio, “escondite”, última canción, va lento, hacia abajo y sobre el final se carga de dramatismo de la mano de un arreglo de cuerdas que incluye violín, viola y cello. Un cierre perfecto para un disco que se dirime entre el afuera y el adentro.
