Integrante de la generación de "neobarrocos", la notable poeta, ensayista y docente deja lecturas deliciosas, textos en los que jugó como pocos con el lenguaje.
“Las mujeres no escribimos para convencer a nadie”, señaló Tamara Kamenszain en su último libro, Chicas en tiempos suspendidos (Eterna Cadencia), siempre tan lúcida y diferente, tan necesaria que cuesta acostumbrarse a la idea de que la poeta, ensayista y docente, la “sujeta” que trascendió la primera persona y ensayó múltiples máscaras, reformulando y cuestionando sus propias convicciones, como si cultivara una conciencia refractaria a las normas, murió este miércoles a los 74 años por un cáncer. Duele en el alma saber ya no habrá más libros breves, de pocas páginas, tan bellos como intensos, de esta poeta que integró la generación de los llamados “Neobarrocos”, junto a Néstor Perlongher, Osvaldo Lamborghini y Arturo Carrera, autora de una obra ecléctica que incluye libros como La boca del testimonio, El eco de mi madre, El libro de Tamar y Libros chiquitos, entre tantos otros.
Lo de “sujeta” tiene una pequeña historia, en la previa de estos tiempos de lenguaje inclusivo. Tamara, no lo sabía, es la escritora del futuro. Como su admirado Osvaldo Lamborghini, a quien reconoció que intentaba imitar en una entrevista por la publicación de La novela de la poesía (Adriana Hidalgo), su obra poética reunida en 2012. En La casa grande, de 1986, aparece la famosa palabra en femenino: “se interna sigilosa la sujeta/ en su revés, y una ficción fabrica/cuando se sueña”. Entonces todavía creía que escribir era opacar el lenguaje hasta lograr que pareciera levemente ilegible. En los años 80 estaba de moda hablar del sujeto. Ella decía que escribir es como andar medio a ciegas con alguna intuición y esa intuición, la palabra “sujeta”, la llevó de la nariz. También en ese momento le daba pudor decir “yo”. Así que para esquivar la primera persona inventó la “sujeta”.
Como las etapas de Picasso, Tamara tuvo una época de velar para luego ir desvelando el lenguaje y volverse presuntamente más transparente y narrativa. “La pelea de mi generación, de mi grupo, fue mostrar que el lenguaje opacado también puede decir cosas", planteaba Kamenszain. "La ‘sujeta’ decía algo, aunque se escondiera en una segunda persona. Que es muy (Alejandra) Pizarnik”.
Si la poesía puede ser una herramienta bastante directa para elaborar un duelo, habrá que leerla a Kamenszain (Buenos Aires, 1947) para intentar digerir, cada una como pueda, esta pérdida. Ahí están sus libritos de poemas De este lado del Mediterráneo (1973), Los No (1977), La casa grande (1986), Vida de living (1991), Tango bar (1998), El Ghetto (2003), Solos y solas (2005), El eco de mi madre (2010), El libro de los divanes (2015); pero también están sus ensayos como La boca del testimonio (2007) y Una intimidad inofensiva. Los que escriben con lo que hay (2016), donde reflexiona sobre la poesía y narrativa de Washington Cucurto, Fernanda Laguna, Roberta Iannamico, Cecilia Pavón, Alejandro Rubio, Sylvia Molloy, Sergio Chejfec, Alejandro Zambra, Félix Bruzzone y Mariano Blatt, autores que le abrieron los ojos y le provocaron pensamiento.
Su libro más narrativo y autobiográfico es El libro de Tamar, un texto de naturaleza anfibia que puede ser leído como una novelita articulada por las voces de una pareja de escritores-lectores –no solo ya separada, sino con uno de los dos muerto-, donde es la poeta la encargada de ensayar interpretaciones y narrar los pormenores de una intriga y una pesquisa semántica. Kamenszain tiró del hilo de un poema que le escribió su exmarido, el escritor Héctor Libertella (1945-2006), durante el proceso de separación. La pareja –que se había exiliado en México a fines de los 70 y tuvo dos hijos, Mauro Libertella, también escritor y periodista, y Malena- estuvo casada durante veinte años y compartieron escrituras, lecturas y proyectos. El productor Diego Dubcovsky, que leyó el libro, la convocó a Kamenszain para llevar la historia al cine y fue ella quien propuso a Analía Couceyro para la adaptación y el guion de la película.
Cuando volvió del exilio en México, coordinó el área de Letras del Centro Cultural Rojas entre 1985 y 1989. Recibió premios como el Konex de Platino en 2014, el Premio de la Crítica de la Feria del Libro, la Medalla de Honor Pablo Neruda, la beca Guggenheim y el Premio Lezama Lima de Cuba. Su “gran padrino literario” fue Enrique Pezzoni, a quien tuvo como profesor cuando estudió Letras en la Universidad y luego devino editor de sus libros en Sudamericana.
Kamenszain fue fundadora, asesora general y docente de la Licenciatura en Artes de la Escritura de la Universidad Nacional de las Artes (UNA). Maestra abierta a las lecturas y escrituras jóvenes, con los ojos y oídos atentos a lo que interpelaba, en su último libro, Chicas en tiempos suspendidos, una suerte de diálogo con Delmira Agustini, Juana Bignozzi, Cecilia Pavón y Celeste Diéguez, entre otras poetas, escribió: “¿Y la enfermedad?/ ¿Y la muerte?/ De esos asuntos ya hablé en otros libros/ y no me queda nada más para decir”. Como ese golpe que corta la prosa en pedacitos, murió Tamara y ninguna palabra podrá conjurar esta tristeza infinita.
Fuente: Página12